sábado, 28 de agosto de 2010

Freudenau, primavera de 1888



El hipódromo de Freudenau se encuentra enclavado en ese pulmón verde de Viena que se llama el Prater, enorme parque boscoso que jugará un papel de importancia en las intrigas amorosas que precedieron la tragedia de Mayerling.
No hay testimonios claros en cuanto ala fecha. Abril? Es muy probable, concretamente el 12 de abrilde 1888; aunque algunos historiadores se inclinan por el mes se septiembre, en otoño, lo cual parece demasiado justo para la cronología de los sucesos que se desarrollaron en el lapso de pocos meses. Lo que sí parece claro es que fue el Príncipe de Gales quien presentó a la pareja o, más bien, a los Baltazzi al Kronprinz Rodolfo.
Los hermanos Baltazzi pertenecían al círculo íntimo de la Emperatriz. Fundadores del Jockey Club y personajes muy conocidos y frecuentados en la alta sociedad cosmopolita, no era extraño que se encontraran en Freudenau y con ellos su hermana Elena, baronesa von Vetsera, con sus hijas mayores María y Hanna (Johanna).
La mañana fue soleada y fresca aquél domingo; la gran galería del hipódromo de cristal y hierro forjado se iba llenando de un abigarrado y elegante público que poco a poco se dirigía hacia los palcos y gradas. Era un ballet de uniformes, sombrillas, sombreros multicolores, tules y bastones de ébano con mango de plata y marfil.
Conforme a las exigencias del protocolo, los miembros de la Familia Imperial y sus invitados fueron los últimos en llegar al hipódromo y a ocupar el estrado oficial con los primeros acordes de la Marcha Imperial. Bertie ocupó el lugar destinado al invitado de honor flanqueado por sus anfitriones, el Kronprinz Rodolfo y su mujer, la rubísima Kronprinzessin Estefanía.
Hacia las doce de la mañana, tras la primera carrera, en tanto que la elegante multitud se refrescaba con champaña y comentaba los particulares del espectáculo que daban los centauros, Bertie pidió a Rodolfo que invitase al palco para una copa de champaña a unos amigos de muchos años que había divisado entre la multitud, gente divertida y muy simpática, aseguró. El edecán transmitió el mensaje al palco de los Baltazzi, riquísimos propietarios de acaballadas de lippizzans y andaluces a los que la emperatriz Elisabeth – la esfinge Sissi - honraba con su amistad.
Miembros fundadores del Jockey Club de Viena, los hermanos Baltazzi – Arístides, Alejandro, Héctor y Enrique - eran tan conocidos y populares en Viena como su hermana la baronesa Elena von Vetsera que los acompañaba aquella mañana. Viuda hacía apenas un año, Elena pasa por ser una de las grandes anfitrionas de la capital ya que en sus salones solía reunirse lo más selecto y espiritual de la aristocracia. Aquella mañana en Freudenau, cerraban el grupo las dos hijas de la Baronesa: Johanna, la mayor, llamada familiarmente Hanna, y Maria – Mary para los amigos - de diecisiete años, que pasaba por ser una consumada amazona.
Las lenguas sueltas decían que la baronesa Vetsera había sido amante del Kronprinz; por lo que todas las miradas confluyeron en el palco imperial cuando los Baltazzi hicieron su ingreso: la ocasión podía provocar un mal momento a la Kronprinzessin... Sin embargo Rodolfo era ante todo un caballero y la Baronesa una mujer de mundo: ambos tuvieron el buen gusto de limitarse a un saludo inocuo, siguiendo los gestos codificados por la etiqueta. Por su parte Estefanía, ignorante de la vieja intriga, saludó amablemente a la familia y continuó discutiendo animadamente las carreras con otros invitados.



Edward, Príncipe de Gales, futuro Edward VII

Edward, Príncipe de Gales, futuro Edward VII (1841-1910) - Bertie para los amigos -, era una figura conocida en Viena. Bon vivant, amante de la buena mesa, el champaña, los caballos y las lindas mujeres - en ese orden - hacía pocos días que el príncipe había llegado a Viena y como de costumbre había tomado una suite en el Hotel Imperial sobre el Ring, la larga y espléndida avenida que simbolizaba la modernidad y el progreso del régimen. Su arribo al hotel causaba siempre la misma impresión y alboroto como cuando llegaba el Nizam mogol de Hyderabad y sus cuarenta esposas porque cuando Bertie se trasladaba al continente, ya sea en visita oficial o en viaje de riguroso aunque relativo incógnito, lo hacía con un séquito de al menos veinticinco personas, amante de turno incluida, además de su médico y su peluquero.
La Reina Victoria, su madre, sujetaba las riendas de la Corona con mano de hierro y guantes de terciopelo, lo que permitía a Eduardo gozar de un empleo real que no le ocupaba sino una cuarta parte de su agenda, el resto del tiempo lo dedicaba a viajar y disfrutar de la vida dejando a su consorte, la distinguidísima princesa Alejandra – una orquídea de invernadero aunque sorda como el Muro de las Lamentaciones – la tarea de representar al Heredero en las estiradas ceremonias de Buckingham Palace.
Cualquiera que sea el motivo, a Bertie le bastaba poner los pies en Austria para que todos sus sentidos se sobrexcitasen. Esta vez el motivo del viaje era oficial, se trataba de asistir a las maniobras en Croacia a las que asistirían también el emperador Francisco José y el Kronprinz Rodolfo. La escala en Viena se imponía.
Bertie se sentía a sus anchas en la capital imperial, una ciudad que unía a su alegría de vivir la distinción de la Casa de Austria; y hay que decir que Viena le pagaba con la misma moneda. Su bonachona pero siempre impecable figura era familiar en palacios y restaurantes que Bertie recorría con su gran amigo el Kronprinz – el querido Rudi - un treintañal con el que compartía gustos, placeres y escapadas.
En esta ocasión, el primer compromiso del planning habían sido las carreras en el hipódromo de Freudenau – el Ascot austriaco - donde era esperado como invitado de honor en el palco imperial.
La ocasión no pasó de ser para el Kronprinz un evento puramente protocolario y gentil: una perfecta reverencia de Corte de las damas, un guiño cómplice y divertido a Elena Vetsera - cierto, había sido su amante durante algunas noches otoñales en Hungría, hacía ya tantos años - una copa de champaña y fue todo.

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