viernes, 17 de septiembre de 2010

Castillo de Gödollö, otoño de 1876


Fachada principal del castillo de Gödollö

Remontemos en el tiempo afin de conocer mejor ls complicadas relaciones e intrigas que rodearon la tragenia de Mayerling.
Al abandonar Constantinopla para instalarse en Austria, Elena Vetsera y a su marido (casados en 1864), escogieron una villa en el distrito de Leopoldstadt - Am Schüttel n° 11 - una zona residencial de la alta burguesía vienesa; pero desde el principio esta residencia no fue considerada sino como una escala.
En 1871, el mismo año del nacimiento de Mary, la tercera de sus hijos, Albin recibió del Emperador su carta de nobleza con el título de Barón.
La pareja tuvo cuatro hijos, Ladislas, que conoció un trágico final en el incendio del Burgtheater de Viena en 1887, Johanna, Maria Alexandrina y Francisco, que respondía al diminutivo de Feri.
La Baronesa Vetsera causaba sensación con su tipo: morena, de ojos garzos y modales de Basilisa bizantina. Su exhuberancia levantina era matizada por su sangre inglesa y la educación afrancesada que había recibido. Era una mujer que sabía escuchar pero que muy a menudo guardaba para ella sus propios juicios; su rostro era más bien afilado, los ojos ligeramente sombreados por un velo de ojeras, los labios carnosos que cerraba con gesto de firmeza pero que se transformaba a veces en una mueca de desprecio. Su mirada era magnética, a veces insoportable para su interlocutor.
Con su elevación a la nobleza del Imperio, Elena se fijó un programa claro y preciso: ser presentada a la Corte. Nada había más inconcebible para los Baltazzi que, teniendo sus entradas en los fabulosos palacios de Dolmabahçe y Topkapi en Estambul, tenían cerradas las puertas de la Hofburg. Muy pegada de su rango y del honor de su familia, Elena había sentido cruelmente las miradas y el trato ligeramente condescendiente de algunas de sus amistades ya que, pese a sus orígenes y a su tren de vida principesco, los Baltazzi carecían en Austria de la Hoffähigkeit que permitía el acceso a la Corte, o sea los dieciséis cuarteles de nobleza inmemorial y mejor si impoluta, y aquello no era posible inventar. La presentación a la Corte no podía hacerse pues por derecho propio, salvo una rarísima gracia del Emperador que no parecía muy dispuesto a concederla pero, ¿acaso toda regla no tiene su excepción que precisamente la valida? ¿No existían otros medios?
Poco tiempo después de su instalación en Europa, el barón Albin Vetsera se retiró del servicio diplomático para asumir la administración de la fortuna del Sultán, lo que lo llevaba a ausentarse a menudo de Viena.
Por aquella época comenzaron a correr rumores que prestaban a su mujer - Elena Baltazzi - algunas aventuras amorosas, la primera de ellas con el conde Nicolás Esterházy von Galantha, Caballerizo Mayor de la Emperatriz, y luego - Elena comenzaba a apuntar alto, muy alto - con el archiduque Guillermo de Austria-Teschen. Se dijo también que el mismo Kronprinz Rodolfo había disfrutado de sus favores, pero nadie – salvo los interesados – podían negarlo o confirmar. Y ninguno hizo ni lo uno ni lo otro, pero había presunciones...
En el otoño de 1876, Elena había sido invitada por la Emperatriz al castillo de Gödöllö. Para ser más precisos, los invitados eran sus hermanos Alejandro, Arístides y Héctor, pero ella misma y el más joven de los Baltazzi, Enrique, fueron considerados una extensión de la invitación “al círculo privado de Su Majestad”, no a la Corte.
La condesa Maria Festetics von Tolna, dama de la Emperatriz, se percató horrorizada de la estrategia de seducción que desplegaba la Baronesa para atraer al joven Kronprinz de apenas dieciocho años; al parecer los avances fueron remarcados por todos, incluso por Sissi y Francisco José.
En su diario íntimo, la condesa Fectetics escribió:
"Comme la tentation guette les jeunes gens!... Voici entre autres cette Baronne Vetsera... sans danger en apparence, car Dieu sait qu'ellen'est pas séduisante, mais elle est accorte et elle se sers volontiers de tout le monde pour être reçue à la cour et mettre sa famille en avant. Ses filles grandissent, lentement, il est vrai, mais elle pose ses jalons à temps!"
La celosa Condesa Festetics mencionaba también que la Baronesa procuraba ganarse la confianza de las damas de la Emperatriz, sobre todo Ida Ferenczy, y - siempre según su diario - su atrevimiento llegaba a valerse del propio Kronprinz para lograr su objetivo. Así un día Rodolfo dice a la condesa Fectetics:
- La Baronne Vetsera viendra vous voir, si vous le permettez...A lo que ella respondió riendo - sin duda para evitar toda tirantez entre ella y el heredero de la corona:
- Certes, non, Altesse, je ne le permets pas. Qu'elle donne rendez-vous à Votre Altesse ailleurs que dans mon salon, je ne tiens pas à sa compagnie. Je l'ai tenue à distance jusque-là et j'entends continuer.
Lo cierto es que, aprovechando el ambiente relajado de la cacería y de las carreras hípicas, la persecución de Elena había ido más allá de todo aceptable en sociedad; bromas, risas, caprichos, conversaciones provocativas, en suma, los mensajes sexuales de la Baronesa habían sido lanzados sin código alguno: eran claros y directos. En digno discípulo del Conde von Bombelles, Rodolfo no dejó pasar la ocasión de una aventura con una mujer de mundo; por su parte Charly Bombelles estaba encantado; la experiencia sexual de su patrón y pupilo era una prioridad en su programa educativo. Para Elena, sin embargo, el asunto revestía otro cariz. Casada y madre de dos hijos, la Baronesa no podía lanzarse a una aventura que podría tener consecuencias contrarias a las que ella esperaba. Acostarse con un hombre once años menor que ella era divertido y el Kronprinz de mirada triste era en realidad una bestia erótica; decidió al final relegar la experiencia al rango de anécdota simpática. Elena era demasiado ambiciosa para asumir el papel de una de aquellas damas que ayudaban a los Habsburgo en el desarrollo de su virilidad, y tampoco ambicionaba convertirse en una amante titular, cosa que – lo sabía bien – la marcaría para siempre.


Elena, baronesa von Vetsera, née Baltazzi

El episodio de Gödöllö había sido una escapada más que indiscreta de una mujer de veintinueve años con un marido perpetuamente ausente. Elena cambió de dirección y se abocó a la vida mundana con discreción y estilo, entregándose a un objetivo en cuerpo y alma: convertirse en la mejor anfitriona de Viena.
Una “gran dama” no se puede improvisar pero Elena lo tenía todo: nombre, riqueza, posición, una educación refinada y cosmopolita y, sobre todo, cuna. Los Vetsera dejaron la casona del distrito de Leopoldstadt y alquilaron a los Príncipes de Salm un espléndido palacio rococó color amarillo Habsburgo en la Salesianergasse que avecinaba con varias embajadas y casas de la nobleza.

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